El Club Baobab era un club de oficiales del ejército senegalés donde todos los fines de semana, durante los meses de verano, se presentaba una masiva orquesta que llevaba el mismo nombre del salón. Que, además es el nombre de unos gigantescos árboles de monstruosas proporciones que son casi un emblema de la sabana senegalesa, y que además ocupan un asteroide en la novela infatil El Principito. La orquesta Baobab se ha convertido en una sensación dentro de aquello que los turistas musicales solemos llamar “música del mundo”, y que no es sino una etiqueta un poco injusta para reconocer que no todo viene de Europa o Estados Unidos. Lo que hizo que la orquesta Baobab pasara primero a ser un éxito a nivel nacional en Senegal, y luego a que fueran conocidos alrededor del mundo, fue su inconfundible mezcla de sonidos. Herederos del son cubano por vía de los marineros que llevaban la música desde el Caribe a África, también incorporaron jazz y su propio sonido vernáculo a la combinación, lo que resultó en un repertorio festivo, complejo y placentero.
Formada a principios de los 70s, la orquesta Baobab tuvo dos gloriosas décadas de éxito hasta más o menos finales de los 80s. Hasta grabaron un disco en París, en un viaje que financieramente fue un desastre pero los hizo conocidos para el público europeo. La culpa de que la mezcla de son, jazz y música senegalesa tradicional que ofrece la orquesta Baobab haya llegado hasta nosotros la tuvo, paradójicamente, su fracaso. Cuando un ritmo nuevo, el mbalax, se puso de moda en Senegal a fines de los 80s, la declinación de la Orquesta Baobab fue casi inmediata. De ser un éxito pasaron a tener los bolsillos pelados, y se disolvieron al poco tiempo. Pero a principios de esta década, hubo un renovado interés por su música, precisamente en París donde habían viajado años atrás. La reunión de la Orquesta Baobab tuvo más repercusión que sus mayores días de gloria en su Senegal nativo.
sorprende que en algunos pasajes hay cierta similitud con la cumbia peruana...
