sábado, 31 de octubre de 2009

LA FELICIDAD JA,JA,JA,JA :la felicidad segùn el budismo

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gran film budista




SER FELIZ


Prof. Juan José Bustamante

“No hay camino a la felicidad.
La felicidad es el Camino”
EL BUDDHA .



¿Es la Felicidad es lo que le da sentido a la vida? Hay otras cosas que acostumbran buscarse en procesos análogos: riqueza, bienestar material, poder, conocimiento, etc. Sin embargo se observa que tales cosas no siempre proveen felicidad. A veces la previenen o impiden. Quizás podríamos decir que hay felicidad cuando hay sentido, cuando ya no falta nada (primordial) por inquirir —que todo lo demás no sería sino curiosidad, válida por supuesto— y que ya hay un ‘sentirse completo’, pues todo lo demás no sería sino




un ‘adorno’ —también correcto, de ajustarse a esa categoría mayor. Quizás esa búsqueda incluye la indagación por el bien y el mal, es decir no sólo lo que no nos hace daño, sino que además va más allá de ese par de opuestos, lo que nos permite liberarnos de ser esclavos de esas categorías —de toda categoría, en suma. Trascender. Y quizás también incluya la solidaridad con los otros seres, pues al ser felices nos convertiríamos en una fuente de inspiración y motivación para ellos, y quizás para la comunidad toda. La felicidad trascendente no puede ignorar el sufrimiento del otro. Pero es consciente del hecho que ese sufrimiento cesaría si el otro se diese cuenta de que al no faltarle nada —primordial, básico— no tendría por qué sufrir.

La frase del epígrafe, atribuida al Buddha, —parafraseando a Buddhagosha, no hay caminante, sólo camino. No hay alguien feliz, sólo felicidad— implica que el Budismo puede ser efectivamente un camino de felicidad. La felicidad no sólo es la meta, también es el medio mismo para lograrla. Siendo ya felices cada vez —todas las veces— nos establecemos en la felicidad definitiva. Un proceso logrado de búsqueda de sentido y trascendencia. Una búsqueda que primero es personal y luego se torna grupal, para quizás instalarse después como parte del tejido social (como pasó primero en los tiempos del Buddha histórico, Shakyamuni, y luego en los países que han llegado a ser ‘budistas’ —i.e. Sri Lanka, Mongolia, Birmania, Tailandia, China, Tíbet, etc.).

La experiencia del Buddha es la base del Budismo. Sorprende a veces como se puede ser teórico del Budismo sin interesarse por la experiencia misma del Despertar, sin intentar emularla. No sólo interesarse intelectualmente sino vivencialmente. Nuevos tiempos soplan en los claustros académicos, donde antes se consideraba muy mal visto que un erudito pudiera ‘comprometer su objetividad’ con una práctica ‘confesional’. Como el Budismo no es una confesión —no se basa en la fe— sólo se le puede comprender realmente acercándose a la experiencia misma de la Budeidad. Se comienza pues a trascender los límites académicos y aún confesionales, y se llega a considerar muy conveniente que un profesor de Budismo sepa de qué está hablando. ¿Después de todo, qué pasaría si se perdiese la memoria? ¿No quedarían sólo las experiencias más básicas? ¿Qué experiencia más radical —en la raíz— que la felicidad trascendente?

El Buddha se llamaba a sí mismo el Tathâgata, el que ha ido “a la otra orilla”, más allá, el que ha trascendido. Haciendo un ejercicio de nirukta o ‘falsa etimología’, a la manera del sánscrito budista, para añadir una nueva interpretación a las muchas que ya existen, sugerimos “el que se ha ido (gata) hacia lo que es Así (tatha)”, hacia Lo Trascendente, lo inefable (lo que es así —lo absoluto, de imposible descripción). La ‘otra orilla’, o allende el pesar, lo que no es ‘esta’ orilla, este mundo, que como sabemos, está impregnado en sufrimiento. Ido más allá de la contingencia. Hacia la Tathata, ‘la Asidad’, abstracto de ‘lo que es Así’. Existe incluso otra posible interpretación de la traducción, aún más interesante, ‘el que siempre está porque nunca se fue’. En mi opinión ese sería el corazón de la ‘experiencia metafísica’ budista y a la vez el camino hacia ella —la trascendencia—, el estar aquí (vivir en la contingencia), y sin embargo estar liberado de ella. Descubrir que la contingencia es sólo una imputación (namarupa, nombre y forma), no es real en última instancia. Usar de los nombres (o conceptos asignados a los fenómenos) y las formas (que aparecen ante nuestros sentidos), y no estar condicionado por ellos. Haber despertado del sueño de la ilusión, del ya no creer que los fenómenos son, en sí y por sí, que tan sólo están, fluyen: aparecen y cesan.

Eso es lo que el Buddha histórico enseñaba: que todos los fenómenos del mundo están impregnados en dolor, que la causa de esto es que surgen (samudaya) creando el deseo de que se queden los agradables y se retiren los desagradables; sin embargo esto puede cesar. De hecho cesa, nunca fue —en realidad— y eso es la expresión de trascendencia más grande. Lo que causa el sufrimiento es la ignorancia de esto. La trascendencia se produce con el reconocimiento, la consciencia, la experiencia de que todo ‘esto’ es ‘Así’, sin esencia propia. Justamente el nirvâna es la cesación del fuego de la existencia, del surgimiento, de la sensación de carencia expresada en términos de ‘me gusta’ (lo que necesito: a ello me apego) y ‘no me gusta’ (lo que no necesito: provoca mi aversión).












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